El croissant, ese exquisito y delicado bollo de origen francés, es un manjar que deleita a los paladares de todo el mundo. Se trata de una pieza de repostería de forma de media luna, hojaldrada y con un delicioso sabor a mantequilla.
Su historia se remonta al siglo XVII en Viena, Austria. Durante un asedio turco, los panaderos de la ciudad, que estaban trabajando de noche para evitar la invasión, alertaron a los defensores del inminente ataque enemigo. En señal de agradecimiento, los panaderos recibieron permiso para crear un bollo que representara la media luna turca, símbolo del enemigo derrotado. Así nació el «Kipferl», precursor del croissant.
En el siglo XIX, Marie Antonin Careme, un famoso chef y gastrónomo francés, introdujo el Kipferl en Francia, donde recibió algunos cambios en su receta, como la adición de mantequilla. Así es como se transformó en el croissant que conocemos hoy en día.
A lo largo de los años, el croissant se ha convertido en un símbolo de la cultura francesa y su tradición culinaria. Su preparación requiere tiempo y paciencia, ya que la masa se va doblando y estirando repetidamente con capas de mantequilla para lograr su característica textura hojaldrada. El resultado es una maravilla dorada y crujiente por fuera, y suave y tierna por dentro.